-Buenas, quería un dulce, ¿qué tiene?

-Pues tengo cupcakes, popecakes, cake balls, layer cakes…

-¿Y magdalenas tienes?

-¿MagdaQUÉ?

El mundo de la repostería ha cambiado mucho. Hace unos años cuando querías comerte un dulce casero tenías que recurrir a tu madre porque sin tu madre no eras nada… como Terelu. Pero ahora todo ha cambiado con los cupcakes porque hay millones de recetas y millones de vídeos que te lo explican y si no sabes hacer una es porque no quieres o porque tienes menos luces que un barco contrabandista.

Porque la elaboración de un cupcake se resume en poner un papel bonito, una magdalena dentro, un pegotazo de mantequilla arriba y todos los toppings que te apetezca para decorar. Decorar un cupcake es como un tronista jugando al Scrabble: vale todo lo que le pongas… porque si no aceptas palabras con faltas de ortografía no se acaba nunca la partida. Pues con los cupcakes igual, vale todo lo que le eches… es como un gintonic: tú le empiezas a echar fruta y fruta y fruta y en cuanto las iguanas se empiecen a acercar a tu gintonic para robártelo, sabes que ya no le tienes que echar más fruta.

Pues con los cupcakes igual: tú le empiezas a echar fideos de colores, conguitos, galletas Oreo, cacahuetes, almendras garrapiñadas, chocolate fundido por encima, nubes de chuchería… y en cuanto entre a tu cocina Vicente del Bosque con un Danacol sabes que ya no le tienes que echar más porque sólo de oler el cupcake ya se le ha disparado el colesterol.

Y así se hace un cupcake: como te dé la gana. Porque ahora este tipo de repostería moderna es como una embarazada: no tiene reglas. Bueno, la única regla que tiene es cobrar caro porque ponerle tanto adornito es la única excusa para cobrarte 20 euros por dos cupcakes que eso no son ni 100 gramos de harina. Es más, ni en Colombia se paga tan cara la harina. Eso sí, no es tan bonita.

 

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